Soy un fan del transporte público, la verdad es que en una gran ciudad es la mejor manera para moverse, y además se aporta el granito de arena en el gran desafío del ahorro energético.
Eso si, es una fuente de sensaciones que te hacen sentir vivo todos los dias. Esta mañana he podido congelarme a las 7 de la mañana en un vagón casi vacío, que afortunadamente se ha ido atemperando a medida que se llenaba de gente. Calor humano, ya sabeis, lástima que a nadie se le haya ocurrido aprovecharlo como fuente de energia altenativa (bueno, sí, a los de Matrix ;-). Parece que los aires acondicionados de los vagones solo tienen dos posiciones, apagado o frío ártico.
Esta tarde ya se que haré una pequeña visita a los infiernos, entre las once de la mañana y las ocho de la noche cualquier andén parece la puerta de entrada, solo les hace falta poner carteles de la cita del vestíbulo del infierno de Dante de "¡Oh, vosotros que entráis, abandonad toda esperanza". Con la frecuencia que tienen los metros en verano a veces si que te abandona toda esperanza.
Y de un anden hirviendo de vuelta a un vagon congelado, como las verduras que se ponen en hielo despues de cocerlas para que no pierdan el color. Desafortunadamente despues de un rato el color que te queda es mas bien pálido y si te quedas muchas estaciones empiezas a tiritar.
También puedes usar la estrategia de quedarse cerca de la puerta, a ver si al abrir las puertas la temperatura se equilibra, pero siempre con el temor de que el shock térmico te parta en dos.
Aún recuerdo cuando los metros no llevaban aire acondicionado, sudando la gota gorda y diciendo, que bueno sería que no hiciera tanto calor. Cuando empezaron a poner los primeros aires acondicionados, que fresquito, te daban ganas de pasarte todo el día viajando, dando vueltas y vueltas hasta que ya no hiciera calor en casa.
Supongo que a la gente no le gusta pasar calor, pero tampoco hay que exagerar.
martes, julio 18, 2006
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